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A medio cuarto de legua de la muy antigua villa de Fuentes, en el Reino de Sevilla, se levanta una fuente que desde siglos atrás fue el principal abastecimiento para la «manutenzión del común de estte vesindario». Ésta se surte a partir de un complejo sistema subterráneo de captación y conducción de aguas formado por dos manantiales o “minas”.

Rodeada de restos de distintos pueblos antiguos que habitaron estos lares, ya en 1599 aparece citada en las Actas Capitulares acordándose su reparo, y en 1690 el Cabildo Municipal acuerda hacer la fuente de piedra, para lo que contrata al cantero de Morón Antonio Gil.

A lo largo del siglo XVIII, varios miembros de la saga de alarifes de los Ruiz Florindo intervienen en el conjunto, ya que se continúan diversas reformas debido a la pérdida de suministro y a defectos en las conducciones.

Como en la Fuente de la Reina, otros manantiales y pozos de estas tierras llenas de historia siguen manando agua «buena y clara» desde tiempos remotos; características de un territorio que dieron el nombre a este maravilloso lugar del mundo que es Fuentes, de Andalucía.

lunes, 21 de marzo de 2011

LA VENERABLE MADRE JUANA DE CRISTO (1587-1616)


En el interior de la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, la primera en el lado de la Epístola a los pies de la Iglesia del Convento de San José de Fuentes de Andalucía, existe una lápida sepulcral, adosada al muro derecho que limita con el cuerpo de la torre, con una inscripción latina fechada en 1616. Con casi cuatro siglos de antigüedad, el hallazgo de la traducción al castellano del texto que posee nos ha desvelado la historia de una santa mujer, llamada Juana de Cristo, cuyo cuerpo yace en el interior del muro. Este personaje histórico ha sido citado por la tradición oral fontaniega, durante siglos, como la religiosa a la que la pequeña imagen de marfil del Señor de la Salud, que aparece en la imagen, le habló diciéndole: «Hazme Grande y seré la Salud de este pueblo». Y atendiendo la petición divina, ésta marchó a la vecina villa de Marchena, donde encargó una nueva efigie del crucificado a tamaño natural que fue puesta al culto en el Convento de los Padres Mercedarios, existiendo en la actualidad ambas imágenes.

Pero, ¿quién fue Juana de Cristo?, ¿Qué dicen los anales de la historia de este personaje?


Juana de Vega, que era su nombre de nacimiento, vino al mundo en la vecina Marchena el 24 de junio de 1587, fue bautizada en la Parroquia de San Juan, de la misma villa ducal, y era hija de Francisco de Alcalá Castroverde y Ana de Vega Gallego. Su abuela materna, Isabel González Gallego era «natural de la villa de Fuentes, y de lo mejor della». Juana, piadosa desde su niñez, era la mayor de cuatro hermanos y «tenían en ella sus padres puesto su mayor amor, y afición, por haberla dotado la Divina Majestad de mucha hermosura y singular gracia en cuanto hacía». Por sufrir grandes pérdidas la economía de sus padres, en 1598 la familia pasó a vivir a la villa de Fuentes, «donde podían pasar con menos», y por la amistad que les unía con doña Aldonza de los Ríos, Señora de la villa y madre del primer marqués de Fuentes, ésta se hizo cargo de la crianza de Juana.
Vivió Juana en la casa de los Fuentes durante 7 años, hasta 1605, y tras un primer intento de entrar en religión, frustrado por los fallecimientos de doña Aldonza y de su padre, fue una tía suya la que la llevó consigo, de nuevo a Marchena, con apenas 18 años.
En dos años que «estuvo en esta casa se le ofrecieron muchos casamientos, y buenos, pero a ninguno dió oídos, porque no le inclinaba el estado del matrimonio».
Tras un nuevo intento de vivir en comunidad con unas religiosas de Sevilla que estaban a cargo de un Beaterio, murió su tía y se hospedó con una prima en la misma Marchena.Viviendo en la villa ducal, en el día de San Miguel de 1607 asistió a la celebración de dicha fiesta en la iglesia dedicada a este santo en Marchena, en la que su corazón quedó prendado ante la predicación del sacerdote, donde el orador veía excesivos el vestir de los hombres y mujeres de la época. Desde este momento, Juana rehuyó de las galas y pompas que su posición social le permitía, se puso un «vestido decente y honrado», lejos de lujos, y cambió su estilo de vida. Una existencia que cambiaría radicalmente el 25 de enero de 1608, en el que movida por unas primas para asistir a la boda de un pariente, subió a la alcoba a buscar las galas para ataviarse y oyó una voz grande que le dijo: - «¿Para qué haces esto? ¿No será mejor que trates de oración, pues en ella ha de estar tu remedio?».Ella, sobresaltada, levantó el rostro al cielo y vió a Cristo Crucificado.
Desde entonces quedó arrebata, hecha un mar de lágrimas y al bajar la vista se le presentaron todos los pecados de su vida.Tras volver en sí, se dirigió a un convento en el que los religiosos no supieron entender las explicaciones de lo ocurrido y Juana no encontró el consuelo espiritual que buscaba. Llegó a sus oídos que por Fuentes andaban dos frailes mercedarios tratando la fundación de un cenobio, por lo que emprendió camino y regresó a la villa donde residían su madre y sus tres hermanos.
Consiguió contactar con los religiosos y a partir de este momento, Juana fijó su residencia de nuevo en Fuentes y empezó a emprender relación espiritual con los padres mercedarios, en especial con fray Luis de Jesús María y fray Miguel de las Llagas, quienes se encargaron de la dirección espiritual de su alma.
De este modo, Juana fue testigo directo de la fundación de los Mercedarios en Fuentes, que tuvo lugar el 10 de junio de 1608, día en que se puso el Santísimo en la nueva casa religiosa siendo fray Miguel primer comendador del convento.
A los cuatro meses fray Miguel fue trasladado a Osuna y nombrado Comendador fray Alonso de la Concepción, al que llamaban «el de los anteojos», quién se encargó desde este momento «de los deseos fervientes que [Juana] tenía de que la encaminase a amar a Dios».
Uno de los días, de vuelta a casa tras estar orando y confesar en la iglesia del convento, dejó sus ropas, pidió a una vecina que le cortara su larga cabellera, «pusóse una estopa en la cabeza, unos zapatos rotos y un manto muy viejo» y de este modo salió por las calles más públicas de Fuentes. Al llegar a la calle Mayor se encontró con el Dr. Andrés Gamero Adalid, Vicario de la villa, quién en compañía de otros quedó admirado.
Fue Juana a la Iglesia del Convento y asistió muy contenta a las Vísperas, donde la gente no le quitaba ojo. Este día, ante el Santísimo Sacramento, hizo voto de castidad y renovó el que tenía hecho de ofrecer por las Ánimas del Purgatorio cuanto hiciese meritorio en su vida, todo ello supervisado por su padre espiritual. Pasó el día en la Iglesia y a su regresó a casa, su familia le aguardaba con indignación, por considerar que había deshonrado a su linaje.
Tal fue el alboroto en el pueblo, que hasta el propio fray Alonso de la Concepción se vio obligado a apoyarla en sus predicaciones en la Iglesia Mayor, poniendo como ejemplo a Santa Clara, San Francisco y otros santos que habían renunciado al mundo y su pompa inspirados por Dios.
De este modo, Juana fue la primera mujer de porte que en Fuentes renunció a su riqueza por Dios, y ante sus hechos, no pocos la daban por demente. Muy dada a la oración, constantemente buscaba su mortificación y humillación pública, por lo que su confesor le reprendía al hacerlo sin su autorización.Trató de tomar el hábito de la Merced y entrar en religión, pero le fue denegado por el Provincial de Andalucía, fray Hernando de Rivera, quién la había visto varias veces al pasar por Fuentes y le parecía «muy buena moza y hermoza».
Elegido nuevo provincial en mayo de 1610, el Comendador aprovechó y pidió licencia de nuevo para darle hábito de beata a la sierva de Dios, informándole de su virtud y gran espíritu. Éste aceptó y le concedió autorización con la condición de que lo tomara en secreto y no llegara a conocimiento del Padre General de la Orden de la Merced.
Así, en presencia del Comendador y el resto de la Comunidad mercedaria, del Vicario de la villa y algunos fieles seculares, tomó gozosamente un humilde hábito, basto y cocido con trapos viejos, en la tarde de la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista de 1610, el mismo día que cumplía 23 años.
Desde entonces dejó el don y apellido de su familia y tomó el nombre de Juana de Cristo. Cuando la gente de su casa y del lugar la vieron con la nueva indumentaria la trataban como «rematada», a lo que ella respondía con paz y serenidad: - «Si esto es locura, cada uno con su tema. Yo, con la ayuda de Dios, no he de volver atrás de lo comenzado».
En vez de vestido llevaba una túnica gruesa de estameña y usaba instrumentos de mortificación como silicios o capillos para la cabeza. Su lecho era una tarima de tablas sin más ropa que una tela vieja, un palo por cabecero y una calavera junto a ella. Dormía poco y la disciplina le provocaba en muchos casos rociar el suelo y regar las paredes con su sangre. Su manjar común eran pasas o aceitunas, su bebida agua y poca, sin llegar a saciar su sed, y desde que comenzó su vida espiritual no comía carne, pescado ni huevos y los viernes ayunaba a pan y agua.Sus acciones eran moderadas por su confesor, que hasta la obligó a dormir junto a su hermana Isabel para que ésta la controlara ante sus excesos.
Tras dos años de novicia, profesó en el Convento de Fuentes el 15 de julio de 1612, ante el mismo padre fray Alonso de la Concepción.Ante la grandeza de espíritu que su confesor veía en la madre Juana de Cristo, consultó su caso con otras personas cultas en lo espiritual dentro y fuera de la Orden, quienes dieron por escrito sus pareceres.
El padre fray Pedro de la Madre de Dios, que fue muy devoto de la sierva de Dios y vino muchas veces a Fuentes a comunicar con ella, decía que no hallaba «ninguna diferencia con la misma Teresa de Jesús», a la que él mismo había conocido de muy cerca en persona, fallecida en 1582 y canonizada por la Iglesia en 1622.
Casi toda su vida fue un continuo padecer, no sólo físico, sino también psíquico. Hasta un familiar llegó a decir de ella: - «Plegue [quiera] a Dios que la amistad que mi sobrinilla Juana tiene con su confesor sea agua limpia».
Son muchos los testimonios que se recogieron de su vida y tal fue su llamativo estilo de vida que hasta tuvo que pasar por la misma Inquisición, saliendo impune y sus delatores encarcelados.
La incontrastable paciencia de la madre Juana y su perseverancia en el camino que comenzó, vinieron poco a poco a vencer la malignidad de intención de los que en los tres o cuatro años de su nueva vida se le habían opuesto tan terriblemente.
Su familia y casi toda la gente del lugar comenzaron a mirarla con diferentes ojos, aunque no dejaron de quedar contrarios.Los ejercicios de caridad de esta fiel amante de Dios fueron tantos y tan continuos que era común que lo poco que tenía se lo quitara para darlo a los pobres, y a veces daba hasta lo propio de su familia.
Llevaba a tal extremo su vida religiosa que entró públicamente en éxtasis en numerosas ocasiones y fray Alonso cuenta en las crónicas de la casa las muchas veces que Dios le habló y revelaciones que tuvo.
En una de estas visiones, siendo novicia, estaba en oración y tuvo una revelación en la que el Señor le predijo la fundación en Fuentes de un convento de monjas de la Merced, el sitio donde habría de levantarse y la disposición que habría de tener la Iglesia, el Altar y el Coro.
En ese momento no existía aún la rama femenina descalza y el Convento no se fundaría hasta 4 años después de su muerte.A diversas personas profetizó que iban a ser frailes o monjas de la Merced y se cumplió. Su fama de santa y piadosa se fue extendiendo, contando el cronista que hasta su presencia aliviaba las enfermedades por medio de su oración.
A pesar de la juventud, su salud le fue fallando y una multitud de males le prolongaron una agonía de meses cuando apenas contaba con 27 años.
Tuvo que dejar de ir a la iglesia del Convento y los continuos males la postraron a su tarima, donde recibía las visitas de su confesor y el propio Vicario. La enfermedad lenta, con dolencia grave, continua y de tantos y tan agudos dolores agudizaron su estado y el día de Navidad de 1615 recibió el Viático.
La providencia divina quiso que el lunes 25 de enero de 1616 por la mañana recibiera la Santa Unción y tras ello, pidió que la pusieran en el suelo para morir imitando a San Francisco, de quién toda su vida fue muy devota. Y allí, pasadas las 8 de la noche, rodeada de su familia, el Vicario, el Comendador y otros religiosos que le acompañaban, con 28 años de edad y sin pronunciar palabras por no tener fuerzas se marchó «a gozar por toda la eternidad de aquel Señor por quién tantas fuerzas hizo y a quien tan ansiosamente había deseado».
Curiosamente, era el día la fiesta de la Conversión de San Pablo, a los 8 años justos de haber tomado el hábito de la Merced. Difunta ya, y puesta en el féretro, concurrieron tantos a verla, que en más de un día y medio que estuvo el cuerpo sin darle sepultura no se desocupó de gente la casa de la familia de la Vega.
Hombres, mujeres y niños pedían le dejasen ver a la santa, besarle los pies o tocar su rosario. A su funeral vino de Osuna fray Domingo de los Santos, que predicó durante más de hora y media ante una iglesia repleta de fieles y un nutrido grupo de religiosos.El cuerpo de la madre Juana de Cristo fue depositado «en la bóveda de la capilla mayor de nuestro convento, entierro común de nuestros religiosos».
Tras ser sepultada con fama de santidad, el padre fray Diego de la Concepción dejó escrito detalladamente en las crónicas de la casa el siguiente texto:
«Poco más de veynte días después del depósito de la madre Juana, murió el Patrón del dicho convento, llamado Juan de Alcozer, Familiar del santo Oficio, y Governador de la villa y estado de Fuentes (y llamávamosle Patrón, no porque lo fuese, sino porque nos había dado las casas para que el convento se fundase, y hecho muchas limosnas, y beneficios) y tratamos de depositarlo en la misma bóveda, no obstante que los más lo contradijeron, no por otra cosa más que por hacer tan poco tiempo que se había puesto allí el cuerpo de la dicha madre Juana: pero con todo eso se tomó resolución de que allí se depositase, en gratificación de las grandes obligaciones que el convento le tenía, supuesto que no había en el convento, e Iglesia otra parte más autorizada en que poderlo poner. Yo fuy el que entré en la bóveda a acomodarlo, y entonces vi que el cuerpo de la dicha madre Juana estaba entero, e incorrupto, y sin tener mal olor; antes las flores con que la habíamos adornado (que algunas eran de almendro, y otras eran clavellinas amarillas) estaban tan frescas como si las acabaran de cortar de las matas; de lo cual yo, y los que conmigo entraron alabamos a nuestro Señor, y sacamos todas las que hallamos para que los demás las viesen. Salimos, y cerramos la bóveda que en poco más o menos de un año no se volvió a abrir. Al fin del qual, siendo Comendador de aquel convento el padre fray Mateo de la Concepción, me dijo un día, que se holgaría mucho de ver el cuerpo de la madre Juana de Cristo, por si todavía estaba entero, como yo dije haberlo dejado cuando depositamos al Patrón. Yo lo facilité, porque también deseaba lo mismo; y así nos hicimos ambos de concierto, y una fiesta, estando toda la Comunidad recogida, y en silencio, fuimos juntos, y abrimos la bóveda. Entré yo solo en ella, llevando luz y hallé que el cuerpo de Juan de Alcozer estaba todo comido, y lleno de moho y horrura; y el de la susodicha madre Juana de Cristo tan entero como yo lo había dejado un año antes. Quise quitarle dos dedos de una mano, y por mucha fuerza que hize para troncharlos, y arrancarlos, no pude; de suerte que fue necesario valerme de una cuchilla de cortar plumas, de que iba prevenido por lo que sucediese, y con ella le corté por la coyuntura el dedo pulgar, y el índice de la mano derecha. Y uno de ellos entregué al dicho padre Comendador F. Mateo, y el otro remití al P. Fr. Alonso de la Concepción, por haber sido el padre espiritual, y haberla siempre estimado tanto».
Si lugar a dudas, al valor histórico de la crónica hay que añadir la minuciosa descripción sin escrúpulos realizada por el mercedario.
Continuando con la llamativa vida e historia de la religiosa, se tiene conocimiento de que en el año 1618 Francisco Heylan Antuerpiense esculpió en Granada, en lámina fina de bronce, un retrato de la madre Juana de Cristo para hacer estampas y mandarlas donde eran muy deseosas por sus devotos.
Una de ellas fue remitida a su hermana Isabel de Vega, que al recibirla la guardó en un arca con mucha veneración mientras se le hacía un marco en que ponerla decentemente. Acabado éste se dispuso a buscar la estampa en el arca y no la halló, lo que le dio mucha pena, ignorando tal enigma. Fue el caso, que «por misterio de algún ángel fue sacada del arca y llevada a Marchena a una monja de santa vida, llamada madre Damiana» a quién la representación de la misma Juana de Cristo le habló diciéndole: «Cuando mi hermana Isabel de Vega te venga a hablar aconséjale que sea religiosa descalza de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, porque así es voluntad de Dios, y de que sea la primera que reciba el hábito en el Convento que en Fuentes se ha fundar, donde será prelada. Dirasle que yo te lo he venido a decir, y en señal de ello enséñale este mismo retrato mío, que es el que no pudo hallar en el arca donde lo tuvo guardado».
Tras esto, fue Isabel a Marchena y pasó por casualidad a visitar a la madre Damiana, quedando admirada de lo visto y oído de boca de la religiosa.De este modo, Isabel fue la primera religiosa que entraba en religión en la nueva casa femenina de la Merced de Fuentes, inaugurada en 1620, y su cuarta comendadora, tomando el nombre de Sor Isabel de la Concepción. De Isabel dicen los anales de la Orden que fue una religiosa venerable por su gran piedad, fervoroso espíritu y relevantes virtudes, que vivió toda su vida en el Convento de Fuentes donde murió también con fama de santidad, llegando a escribir el libro «Vida, ó muchas cosas tocantes á la vida de su hermana la venerable sierva de Dios sor Juana de Cristo, mercedaria descalza, que murió el día 25 de enero de 1616».
Un texto, que no hemos podido localizar. Continuando con las vicisitudes del lugar de enterramiento del cuerpo de la madre Juana, al encontrarse en el entierro común de los religiosos, siempre que la bóveda se abría para acomodar en ella otro cuerpo, los que entraban sacaban reliquias del venerable cuerpo de Juana.
Dándose cuenta el padre fray Hernando de Santa María, entonces Comisario general de la Descalcez en la Provincia de Andalucía, mandó que el bendito cuerpo fuese trasladado en una concavidad que para ello se había de hacer en el muro de la Capilla mayor de la Iglesia del convento, al lado de la Epístola del Altar principal, y que se cerrase con una losa de mármol blanco de casi cinco cuartas en cuadro.Cumpliéndose lo ordenado, el traslado del cuerpo de la sierva de Dios se hizo en la noche del lunes 15 de noviembre de 1621, sacando la caja en forma de ataúd en la que estaba y poniendo el cuerpo en un arca nueva con tres cerraduras de hierro.
La primera de las llaves se entregó a su hermano Francisco de Alcalá y Vega, familiar del Santo Oficio, para que siempre lo tuviese y pasara a sus hijos y descendientes, la segunda al Cabildo Secular de la villa para que la guardase en su archivo y la tercera se quedó en el Convento. Colocada en el hueco y puesta la lápida, al día siguiente se celebraron solemnes honras fúnebres, con asistencia de todo el clero y del Ayuntamiento, presididos por fray Francisco de Ribera, venido desde Écija.Esa lápida en cuestión, es la misma que hoy se encuentra en la Capilla de Nuestra Señora de la Soledad, y que tras de sí alberga los restos del cuerpo de esta venerable madre y la apasionante historia de la vida de una mujer que fue célebre en la historia de la Orden de la Merced, extendiéndose a lo largo de los años posteriores a su muerte su fama de santidad. Cuenta fray Pedro de San Cecilio en los Anales de la Orden, publicados en 1669 y por el que hemos conocido detalladamente la vida de Juana de Cristo, que su estampa estaba en muchos de los conventos de la Merced, citando explícitamente que existía en los altares mayores de los conventos de Valdunquillo (Valladolid) y Fuentes, así como en el de Santa Bárbara de Madrid, donde ocupaba una de las cuatro pechinas de la bóveda de la capilla mayor. Desgraciadamente este último fue derribado durante la invasión francesa, en el siglo XIX, y de las láminas existentes, nada hemos podido localizar.

Transcripción de la lápida sepulcral: «Esta loza contiene debajo de si el cuerpo de la virgen Juana, que siendo noble en linaje, lo fue más en santidad y virtudes. Fue en la realidad, y verdad, en el nombre, y en la profesión beata descalza del sagrado Orden de Redentores de Nuestra Señora de la Merced. Tuvo a Cristo por sobrenombre, por vestidura de su alma, por espejo de su vida, y por premio de sus virtudes; y fue decorada con muchas maravillas, con que ilustró su siglo, su Orden, su linaje y su patria. La venerable María de la Antigua, monja de la misma Orden, vio entrar su alma en el cielo, para reinar eternamente con Dios, desde el 25 de enero del año del Señor de 1616».


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